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sábado, 25 de junio de 2005

"Los trolls también lloran"

Neithian el bardo sacó su flauta, e inmediatamente todos los que le rodeaban hicieron silencio, y se dispusieron a oir otra de sus historias. El bardo apuró la cerveza que le quedaba y miró hacia el techo del salón, fuera de la taberna llovía y una pequeña gotera comenzaba a destacar en el techo...

Siguió mirando al techo y comenzó a hablar, al tiempo que de vez en cuando hacía sonar su flauta con una pequeña melodía compuesta para ablandar los corazones.

Así contaba la historia...

Nem era un troll de las cavernas, toda su vida lo había sido, y mientras asaba un carnero a la luz de la Luna pensaba que sería difícil que algún día llegara a ser otra cosa. Miraba el cielo mientras giraba la carne en las brasas. Después de todo, la vida de un Troll era bastante agradable. Vivía en un bosque al norte del Último Puente, y su vida había sido sencilla, o por lo menos sencilla para un troll. Su aspecto hacía las cosas más fáciles... Asustando a viajeros aquí y allá, caminando siempre de noche entre los árboles, asaltando carretas de comerciantes lo suficientemente locos para acampar cerca del bosque...

La carne ya estaba lista. Arrancó una pata, sin preocuparse del calor de las brasas, pues los trolls son de piedra, o por lo menos gran parte de ellos, como pudo saber más tarde Nem.

Estaba terminando de dar cuenta del animal, cuando oyó el sonido chirriante e inconfundible de una carreta que pasaba por el camino del sur. Nem se frotó las manos, cogió su garrote de piedra y fue hacia allí a grandes zancadas... ¡Un carro viajando en la noche! No ocultó una leve sonrisa en su pétreo rostro mientras imaginaba a los viajeros huyendo despavoridos mientras destrozaba la carreta entre gritos...

Cuando estuvo cerca, avanzó tan silenciosamente como pudo, lo cual tratándose de un troll no es decir mucho, entonces, bajo la luz de la luna, una pequeña carreta tirada por un caballo blanco pasó despacio ante él por el camino. Iba a saltar dando un grito, como de costumbre, cuando la ténue luz le mostró el rostro de una mujer que acurrucada en la carreta miraba fijamente el camino, con la mirada perdida...

Aquella cara se grabó en el corazón de piedra de Nem, al igual que el escultor graba la piedra con el cincel... las piedras también se rompen.

Los Trolls son de piedra... sí, así está escrito. Pero no hay muro indestructible, ni armadura impenetrable.

El mundo de piedra de Nem se derrumbó en unos instantes.

Regresó al bosque... él era un troll... los trolls son duros...

Se dirigió a una pequeña colina en el centro de la arboleda... y se sentó allí, mirando el suelo... Vió como la piedra en la que se sentaba comenzaba a motearse con gotas de agua, mientras su visión se volvía borrosa...

Miró al cielo... no, no llovía.

Iba a amanecer... debía regresar como de costumbre a la penumbra de las cuevas... Debía regresar, cazar y asustar... él era un troll... los trolls son de piedra...

Siguió sentado sobre la roca, mientras las primeras luces del alba comenzaron a encenderse en el cielo.

Notó un cosquilleo en el cuerpo...

Nem dirigió su última mirada al bosque, y contempló el amanecer... El amanecer le está prohibido a los suyos... Volvió a verlo todo borroso, mientras un crujido partió su cuerpo y su alma... el sol asomó su rostro...

Pasó el tiempo, y aquella colina fue conocida como la Colina del Amanecer, y desde aquel sitio los amaneceres cobraban una belleza sin igual en toda la tierra. Muchos viajeros fueron con el paso de los años a la colina, y se sentaban sobre una extraña roca que se hallaba en la cima, cubierta de musgo.

Y cuenta la leyenda que un día llegó una viajera y se sentó en la piedra, con la mirada perdida... mirando al cielo... Y de la piedra surgieron unas gotas de agua... ella miró al cielo... No llovía.

Las piedras son duras...

Los trolls también lloran.

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