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sábado, 22 de diciembre de 2012

El Fin del Mundo, de Miguel Ángel Arqués

Cuando aquel esbirro divino apareció en el cielo anunciando el fin del mundo para dos meses más tarde poca gente no creyó en él, era la hora de la vendimia de almas, El Día estaba cerca. Aún así yo me resistía a morir tan joven, tenía un futuro prometedor por delante y no pensaba tirarlo por la borda por un simple fin del mundo. Me puse manos a la obra y me dediqué día y noche a leer los textos sagrados. Comencé con el que me era más familiar, la Biblia, pero, por si acaso continué con el Corán y luego consulté la Wikipedia en busca de más religiones importantes y de más textos sagrados, no sabía en que campo se jugaría mi litigio. Durante mes y medio no hice otra cosa que leer. Las semanas siguientes mis manos no se separaron del teclado redactando el texto final en los términos adecuados. Hace dos días imprimí la denuncia por no anunciar el fin del mundo en la forma correcta, la até a un globo y la solté desde la azotea de mi casa. Hoy ha llegado a mi balcón una paloma con la respuesta. No me atrevo a abrirla.

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