Si tomo una lámpara y la dirijo a la pared, un brillante punto de luz aparece en la pared. La lámpara es nuestra búsqueda de la verdad, del entendimiento.
Demasiado a menudo asumimos que la luz en la pared es Dios. Pero la luz no es la meta que perseguimos. Es el resultado de la búsqueda.
Mientras más intensa la búsqueda, más brilla la luz en la pared. Cuanto más brilla la luz, más grande será la sensación de revelación al verla. De igual modo, aquel que no busca, que no lleva una linterna con él, no verá nada.
Lo que percibimos como Dios es resultado de nuestra búsqueda de Dios. Puede ser sólo una apreciación de la luz, pura e impecable, sin comprender que proviene de nosotros.
A veces nos ponemos frente a la luz y creemos que somos el centro del Universo, y Dios se parece tanto a nosotros. O miramos nuestra sombra y creemos que todo es oscuridad.
Si permitimos que nuestro yo se interponga, desvirtuamos el propósito, que es usar la luz de nuestra búsqueda para iluminar la pared con toda su belleza y con todas sus fallas. Y, al hacerlo, entender mejor el mundo que nos rodea.
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