Paso las horas muertas observando la actividad que se desarrolla entre las fibras de las plantas, todos trabajando, cada uno a su ritmo, manteniendo el equilibrio natural y yo me siento parte de todo. Me gusta ser lo que soy, pero no podría vivir sin estos momentos de paz y armonía, en los que me abandono para desparramar mis males por el suelo, limpiando mi mente y mi espíritu.
Tengo hambre. He traído una estupenda y jugosa manzana roja. La froto contra mi pecho y aspiro su maravilloso perfume, sin prisa, girándola entre mis manos. Casi me da pena comérmela, ¡es tan perfecta!. De todas formas le doy un bocado. Me escurre algo de su jugo por la comisura de los labios y lo recojo lamiéndolo con la lengua. Siento su sabor dulce y la turgencia de su pulpa en la boca. La mastico lentamente para saborearla mejor y para que me dure el máximo tiempo posible.
Miro el reloj perezosamente y caigo en la cuenta de que tengo que volver a casa para terminar de prepararme. Se está haciendo tarde; me levanto y camino con paso decidido. ¡Por fin lo voy a hacer! ¡No me lo puedo creer! Ahora sé que soy capaz. Se acabaron los nervios.
Espero tras bambalinas a que las personas del público se vayan sentando en sus localidades. Les miro desde detrás del telón. Les veo entrar en la gran sala, moviéndose con alguna torpeza por entre los asientos buscando sus números correspondientes en las entradas. Quienes ya se encuentran en sus sitios se muestran algo expectantes y deseosos de que comience el espectáculo. Sé que están muy intrigados porque han recibido una invitación gratuita para acudir al teatro; cada uno y cada una la recibieron en casa, por correo certificado, a su nombre, pero no tienen ninguna información sobre la obra: ni sobre quiénes son los protagonistas, ni sobre el argumento, etc. Tampoco hay carteles anunciadores en las calles ni publicidad en los medios de comunicación. No saben que en realidad esto es una fiesta privada, MI FIESTA. Algunos de los espectadores son antiguos conocidos, y otros no se han visto nunca. Unos pocos se saludan con cara de circunstancias y los menos lo hacen efusivamente. Cada vez se percibe más la extrañeza y la inquietud en el ambiente.
Ya no quiero hacer esperar más a mis invitados, por lo tanto ¡Que comience la función!
Una música rítmica e hipnótica va inundando el teatro a la par que se va levantando el telón. El decorado es minimalista, con un color azul eléctrico de fondo. Representa guerreros y sacerdotisas bailando en una noche estrellada sin luna.
Yo me encuentro en el centro, en posición fetal. Empiezo a bailar al compás, desarrollando con mis movimientos los acontecimientos de mi existencia, uno tras otro, de manera que cada uno de los asistentes sabe en qué momento está siendo parte de la historia y comprende cuál es su función dentro de la obra. Ellos y yo somos los actores y actrices: reímos, lloramos, gritamos... pero el clímax está por llegar.
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