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miércoles, 25 de abril de 2012

Sin candados

Mi madre tenía un don natural para las palabras. Eran ambos atractivos; tenían el cabello castaño oscuro y la risa fácil. Eran Ruh hasta la médula, y en realidad eso es lo único que hace falta decir.

Salvo quizá que mi madre fue noble antes de ser artista. Me contó que mi padre la engatusó con dulce música y dulces palabras para que abandonara «un terrible y deprimente infierno». Yo deduje que se refería a Los Tres Cruces, donde una vez fuimos a visitar a sus parientes cuando yo era muy pequeño. Una sola vez.

El nombre del viento, de Patrick Rothfuss

Acompañé a lady Lackless hasta la mesa y le retiré la silla. Mientras recorríamos el salón, había evitado mirarla, pero al ayudarla a sentarse, vi su perfil, y me resultó tan familiar que no podía apartar los ojos de ella. La conocía, estaba seguro. Pero no conseguía recordar dónde podíamos habernos encontrado...

(...)

Ya había empezado la segunda botella de vino cuando leí que la joven Netalia Lackless se había fugado con una troupe de artistas itinerantes. Sus padres la habían desheredado, por supuesto, y Meluan había pasado a ser la única heredera de las tierras de los Lackless. Eso explicaba el odio que Meluan les tenía a los Ruh, e hizo que me alegrara aún más de no haber revelado mis orígenes Edena en Severen.

El temor de un hombre sabio, de Patrick Rothfuss

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