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viernes, 24 de agosto de 2007

La leyenda de Satné y Tabubué, sacerdotisa de Bastet

Ocurrió que Satné, hijo de Kemvesé, buscando el libro encadenado de Thot, vio en el templo a Tabubué, sacerdotisa de Bastet, y quedó tan impresionado que mandó a su servidor a ofrecerle diez deben de oro para que pasase una hora divirtiéndose con él. Pero ella le respondió: "Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Si tu dueño quiere lo que le dices, que acuda a mi casa, donde nadie nos verá, de manera que no tendré que conducirme como una hija de la calle."

Satné quedó encantado y fue en el acto a casa de Tabubué, donde ésta le dio la bienvenida y le ofreció vino. Después de haber alegrado su corazón quiso realizar lo que lo había llevado a ella, pero ella le dijo: "No olvides que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Si verdaderamente deseas hallar tu placer en mí, debes darme tus bienes y tu fortuna, tu casa y tus campos y cuanto posees."

Satné la miró y mandó buscar a un escriba para que redactase un acta por la cual le cedía todo cuanto poseía. Entonces ella se levantó, se vistió de lino real transparente, a través del cual se veían sus miembros como los de las diosas y se embelleció. Pero cuando él quiso pasar a lo que había venido, ella lo rechazó diciendo: "No olvides que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Por esto debes repudiar a tu esposa a fin de que no tenga que temer que tu corazón se vuelva hacia ella."

Él la miró y envió a sus servidores a que arrojasen a su mujer de la cama. Entonces ella le dijo: "Entra en la habitación y échate sobre la cama; recibirás tu recompensa." Él se tendió sobre su cama, pero entonces entró un esclavo que le dijo: "Tus hijos están aquí y reclaman a su madre llorando." Pero él se hizo el sordo y quiso pasar a lo que había venido. Entonces Tabubué dijo: "Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Por esto te digo que tus hijos podrían buscar querella a los míos por tu herencia. Esto no debe ser y tienes que permitirme que mate a tus hijos."

Satné le dio permiso para matar a sus hijos en su presencia y arrojar los cuerpos por la ventana a los perros y a los gatos. Bebiendo vino con ella oyó los perros disputarse los cuerpos de sus hijos.

Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari

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