En el mismo final había una llamita pequeña y tan débil que apenas ardía, apenas se removía, ora brillando con gran esfuerzo, ora casi, casi apagándose del todo.
— ¿De quién es ese fueguecillo moribundo? -preguntó el brujo.
— TUYO -respondió la Muerte.
Flourens Delannoy, Cuentos y leyendas
La Dama del Lago, de Andrzej Sapkowski
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