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domingo, 23 de marzo de 2008

Las flores y las abejas

A mí me parece que, cuando se trata de sexo, los hombres se ven atrapados entre una roca y algo que es suave, flácido y apologético.

Los mecanismos sexuales de los dos géneros sencillamente no son compatibles, y ésa es la horrible verdad del tema. Uno es un cochecito, ideal para las compras, trayectos rápidos por la ciudad, y muy fácil de aparcar; el otro es un cochazo, diseñado para largas distancias, mucho más grande, más complejo, y más difícil de mantener. No te compras un Fiat Panda para cargar antigüedades desde Bristol a Norwich, y no te compras un Volvo por la razón que sea. No es que uno sea mejor que el otro; sólo son diferentes, eso es todo.

Ésta es la verdad que no nos atrevemos a admitir en estos días -porque la igualdad es nuestra religión y los herejes no son mejor vistos ahora que antes-, pero lo admitiré, porque siempre he considerado que la humildad ante los hechos es lo único que mantiene cuerdo al hombre racional. Sé humilde ante los hechos, y orgulloso ante las opiniones, como George Bernard Shaw dijo una vez.

La verdad es que no lo dijo. Sólo quería darle un poco de respaldo autorizado a esta observación de mi propia cosecha, porque sé que no os gustará.

Si un hombre se abandona al momento sexual, entonces, bueno, eso es todo lo que hay. Un momento, un espasmo, un acontecimiento que no se prolonga en el tiempo. Si, por otro lado, se contiene por medio de recordar todos los nombres que pueda de la carta de colores Titanlux, o el que sea su método preferido para retrasarlo, entonces se lo acusa de ser frío y preocuparse sólo de la técnica. En cualquier caso, si eres un tío heterosexual, salir de un encuentro sexual moderno con honor es algo terriblemente difícil de lograr.

Sí, por supuesto, el honor no es el objetivo del ejercicio, pero eso es fácil de decir cuando tiene alguno. Me refiero a honor. Y los hombres no tienen ninguno en estos tiempos. En el ruedo del sexo, los hombres son juzgados por las reglas femeninas. Ya puedes ponerte como quieras, pero es la verdad. (Sí, obviamente, los hombres juzgan a las mujeres en otras esferas -las paternalizan, las tiranizan, las excluyen, las oprimen, las hacen absolutamente desgraciadas-, pero en cuestiones de folleteo, el listón lo ponen las mujeres. Es el Fiat Panda el que está obligado a ser como un Volvo, y no a la inversa.) No oyes a los hombres criticar a las mujeres porque tarden quince minutos en llegar al orgasmo; y si lo haces, no es ninguna acusación implícita de debilidad, arrogancia o egoísmo. Los hombres, generalmente, agachan la cabeza y dicen: "Sí, es así como es su cuerpo, es lo que ella necesita de mí, y yo no se lo puedo dar. Soy una mierda y me piraré ahora mismo, en cuanto consiga encontrar el otro calcetín."

Lo que, para ser sincero, es injusto y casi borda lo ridículo. De la misma manera que sería ridículo decir que un Fiat Panda es un coche de mierda sólo porque no puedes cargar un armario detrás. Puede que sea una mierda por otras muchas razones -se avería cada dos por tres, consume aceite, o es de un color verde lima con la palabra "turbo" patéticamente escrita en el parabrisas trasero-, pero no es una mierda porque tiene aquello para lo que fue específicamente diseñado: la pequeñez. Tampoco el Volvo es un coche de mierda, sólo porque no pueda colarse por la barrera del parking y te permita largarte sin pagar.

Incinérame si quieres en una pira de gusanos, pero las dos máquinas son sencillamente diferentes, y eso es lo que hay. Están diseñadas para hacer cosas diferentes a diferentes velocidades, y en diferentes tipos de pavimentos. Son diferentes. No son la misma cosa. Dispares.

Vale, ya lo he dicho. Tampoco es que me sienta mejor.

Thomas Lang, Una noche de perros, de Hugh Laurie

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