— Estoy harta de ti.
— ¿Por qué me dices eso?
— Porque ya no te soporto.
— Yo tampoco me soporto y no estoy harto de ti.
— Me voy, entiéndelo.
— ¿Te vas con otro hombre?
— Después de ti, no quiero saber de otro hombre.
— Fíjate en lo que dices.
— Es cierto, después de ti no quiero saber del género humano... estoy harta.
— ¿Por qué dices eso?
— Digamos que me mudo a la frontera de Irak, a descansar un poco.
— No me dejes, no me dejes.
— Lo nuestro terminó.
— No, terminó lo tuyo solamente, quizás yo pueda seguir un par de días.
— No seas idiota.
— No me dejes, no me dejes.
— ¿No sabes decir otra cosa?
— Sí... No te vayas, no te vayas.
— Lo siento, es demasiado tarde.
— Perfecto, quédate a dormir.
— No, me refiero a que es tarde para pensar en quedarme contigo.
— ¿Te cansó mi manera de ser?
— Digamos que prefiero comprar un hospital psiquiátrico que otro día contigo.
— Dices eso para herirme.
— A propósito, ¿dónde están mis tijeras?
— Te di los mejores años de mi vida.
— Pero si nos conocemos desde hace 7 meses.
— Bueno, ya ves como soy yo para las cuentas.
— No hagamos más triste la partida.
— Mejor no hagamos la partida.
— Te advertí que esto podría suceder.
— ¡No es cierto!
— No quiero discutir ahora.
— Bueno, tómalo como un "tienes toda la razón". Pídeme lo que quieras.
— Déjame ir en paz.
— Eeh... este... intenta con otra cosa.
— Lo siento, ya no es aquel amor, quizás podamos ser buenos amigos.
— No creo, todos mis mejores amigos tienen bigotes o se llaman Carlos, Rubén... cosas así. Además, ¿qué pasaría si uno de mis amigos quiere separarse de mi y me dice: "Quizás podamos ser buenos amantes"?. Sería una locura.
— ¿Qué estás diciendo?
— Estoy tratando de razonar. Quédate conmigo y hagámoslo otra vez.
— No, me iré.
— Bueno, hagámoslo otra vez aunque sea.
— No insistas.
— De acuerdo, vete y regresa en 5 ó 6 minutos.
— ¿Es que no entiendes? Me voy para siempre.
— ¡OH NO! ¡No digas eso, por favor!
— Bueno, me voy para no regresar.
— Gracias.
— No te preocupes, conocerás a otras mujeres.
— ¿Qué tal si empiezo con algunos teléfonos que me des de tus amigas?
— Estás loco, mejor me voy ya. Adios.
— No, no lo hagas. Quédate un rato más, prometo no insistir.
— Perfecto, no insistas.
— No insistiré... sólo si te quedas.
— ¿Pero adónde quieres llegar con todo esto?
— Créeme que sé la diferencia entre una separación y un coche, no quiero llegar a ninguna parte. Sólo quiero que te quedes y lo intentemos otra vez. Que veamos peliculas juntos, que salgamos a cenar, que empiece todo de nuevo y así quizás esta vez pueda ser yo quien te deje y para ti sería mucho más fácil. Piénsalo, tiene muchas ventajas, sinceramente. Estarías libre de mí sin culpas y...
— No puedo creer lo que estoy oyendo...
— Perfecto. Eso ya es algo, avanzamos. Déjame ver...
— No, no sigas. Tú sólo logras confundir lo que pienso.
— Sí, es un fenómeno que los científicos llaman "neurosis telepático-transportable".
— No hagas bromas ahora.
— ¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que escriba una tesis sobre lo efimero de tus "seré-tuya-para-siempre"?
— Odio ver a un hombre rogándome que me quede.
— Si quieres te lo ordeno.
— ¿Es que no entiendes? Quiero irme.
— Creo que estoy empezando a entender...
— Bravo.
— No es momento para aplausos. Déjame ver, tú quieres separarte de mí y yo estoy forzándote a que te quedes.
— Exactamente.
— Bueno, ya ves que nos podemos entender, no todo está perdido.
— Socorro.
— No, no te asustes. Yo comprendo que en el amor todo consiste en no asfixiar al otro. Hay que dejarlo ir e intentar con un buen revólver.
— Es el chiste más estúpido que te he oído.
— No, el chiste más estúpido fue tu "Te quiero".
— ¿Y te atreves a ser agresivo ahora?
— ¡Oh! Eres muy intuitiva.
— Bueno, tú quédate con tu ingenioso cinismo, pues yo me voy ahora.
— Esta bien, vete, pero no pienses en volver y encontrarme.
— No te preocupes, no pensaré en volver.
— ¿Ya ves? Estás llena de pre-conceptos. Debes ser más abierta, no te cierres a las oportunidades, quizas mañana estés loca por regresar.
— Estaría loca si regresara.
— ¿Qué sabes? A lo mejor intentas otras parejas y fracasas tanto que no te queda más remedio...
— ¡¿Quéee?!
— Sí, no fue un buen argumento. Déjame ver. Tal vez conozcas a otros hombres que me admiren tanto que ninguno se atreva a competir con lo que yo fui para ti, entonces decidas regresar.
— ¿Acaso te crees tan popular?
— Bueno, una vez hice caer una góndola en un supermercado y la gente enloqueció con eso.
— Mira, te lo pido de buenas maneras.
— Me encantan las buenas maneras.
— Trata de entender que me voy. Aquí están mis llaves.
— No, quédatelas, quizás camines tres cuadras y quieras regresar a ver cómo me suicidé.
— No hagas amenazas tontas.
— Esta bien. Compraré Napalm e incendiaré toda la ciudad. ¿Eso te parece más serio?
— Haz como quieras. De todas maneras, aquí están las llaves. Cuídate.
— ¿Que me cuide? La última vez que destapé una botella casi me rompo la nariz con el sacacorchos... ¿y tú me pides que me cuide? No te vayas por Dios, prometo reencarnar en un joven y hermoso millonario.
— Si no tomas las llaves, las dejaré sobre la mesa.
— ¿Y si las tomo te quedarás para siempre?
— Por favor.
— ¿Por favor?
— Sí, por favor.
— Está bien, quédate.
— Yo no me quiero quedar, tú quieres que me quede, yo me quiero ir.
— No, tú eres la que insiste en irse cuando yo te pido que no me dejes... ¿Hay algo que pueda hacer para que no me dejes?
— No.
— ¡Oh! Siento que se me van a caer las orejas.
— No, tú eres un buen hombre, conocerás otras mujeres que te harán feliz.
— ¿Te importaría declarar eso a la prensa?
— Adiós.
Le da un abrazo muy tierno y se despide.
— Oh no. Lo arruiné todo. Quisiera suicidarme, pero me dan pánico los revólveres. Lo arruiné todo. ¿Qué haré ahora? ¿Iré a bares de solteros? ¿Me encerraré en mi casa por cinco años? ¿Iré a charlar con mis amigos hasta que todos se muden sin avisarme? Debo encarar algún proyecto de vida que valga la pena, ganar la lotería o algo así. O, mejor, dejaré pasar un tiempo y la llamaré, eso voy a hacer.
Queda en silencio medio minuto y toma el teléfono.
— Creo que ya fue tiempo suficiente...
Marca y espera.
— No, todavía no llego a su casa. Me dedicaré a leer, ahora tendre todo el tiempo del mundo para leer.
Toma un libro, lee tres renglones se distrae y lo deja.
— No, no puedo. Si ella no está no puedo hacer nada de lo que con ella no podía hacer. Caray, si hubiera sabido eso antes. Quizás no esté todo perdido y ella lo piense y decida regresar y otra vez yo deba dejar de hacer las mismas cosas que antes... Que no daría yo, porque ella regresara aunque más no fuera a decirme: "¿Quieres dejar de leer y atenderme cuando comemos?". O aunque fuera a decirme: "Eres un tonto".
Se abre la puerta, aparece ella sorpresivamente, le dice:
— Eres un tonto.
Da un portazo y se va, él queda estupefacto, mira hacia arriba y reclama...
— ¡Ey! ¿A eso le llamas que se cumpla un deseo?
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