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miércoles, 21 de febrero de 2007

La Sombra Sin Nombre (y 3), de Laura Gallego García

(---o---) continúa (---o---)

Y el Amo de las Estrellas brilló con tanta fuerza que su luz estuvo a punto de deshacer a la Sombra Sin Nombre. Pero ella resistió, y huyó de allí... y fue a ocultarse en lo más profundo del mundo, lejos de la superficie, en un lugar donde nadie pudiera encontrarla.

Allí quedó un tiempo, sumida en la oscuridad. Hasta que un día topó con una criatura en uno de los túneles. Era una serpiente.

La Sombra Sin Nombre no había hablado nunca con las serpientes. Reptaban demasiado cerca del suelo como para tener una sombra grande, una sombra en la que valiera la pena fijarse. Pero aquella serpiente ni siquiera sabía lo que era una sombra, pues vivía en la oscuridad, como ella, y nunca había visto la luz de los soles. Así, la serpiente y la Sombra Sin Nombre se hicieron amigas. Y un día, la Sombra le preguntó a la serpiente si podía ser su sombra. "Claro que sí -respondió ella-, puesto que nunca he tenido una sombra."

Y, a partir de entonces, la Sombra Sin Nombre dejó de ser la Sombra Sin Nombre, para convertirse en la Sombra de la Serpiente. Y dice la historia que, cuando la serpiente murió, la sombra se había hecho tan fuerte a su lado que siguió existiendo, y desde entonces posee la forma de una serpiente, no importa cuántos soles la iluminen, ni a qué cuerpos y objetos se acerque.

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