Hubo una vez una Sombra Sin Nombre. Vagaba por el mundo, sola y confusa. No sabía de dónde venía, ni quién era, ni si había otras sombras como ella. Se había perdido.
Había intentado hablar con las sombras que proyectaban los objetos, pero eran sombras muertas que no respondían a sus preguntas. "¿No habrá en el mundo nadie como yo?", se preguntaba la sombra.
Por un tiempo deseó ser como aquellas sombras mudas. Cualquier cosa, con tal de escapar de la soledad. Así que le preguntó a una roca si podía ser su sombra. "Yo ya tengo mis tres sombras -dijo la roca-. No necesito ninguna más." La Sombra Sin Nombre preguntó: "¿Y por qué?". "Porque hay tres soles -dijo la roca-, y por eso todas las rocas hemos de tener tres sombras." La Sombra Sin Nombre dijo que quizá hubiera otra roca con sólo dos sombras, o incluso con una, y que necesitase una tercera sombra. La roca le recomendó que preguntase al Amo de la Montaña, que conocía todas las rocas del mundo.
La Sombra Sin Nombre buscó al Amo de la Montaña; pero, cuando por fin lo encontró, éste no fue nada amable con ella. "¿Qué haces tu aquí? -le preguntó, con una voz terrible que sonaba como cientos de piedras rodando por una ladera-. Eres solo una sombra, no puedes dejarte ver bajo los soles. Tu lugar es la oscuridad de la que procedes."
El Amo de la Montaña asustó tanto a la Sombra Sin Nombre que ésta salió huyendo, y no volvió a acercarse a las rocas. Así que continuó su camino. Y un día se atrevió a acercarse a un árbol, y preguntarle si podía ser su sombra. "No lo sé -dijo el árbol-, pues yo ya tengo mis tres sombras, y no sé si el Amo del Bosque me permitiría tener una cuarta sombra." La Sombra Sin Nombre fue a ver al Amo del Bosque, pero éste gritó al verla. "¡Vete! ¡Vete! ¡Largo de aquí! ¡No deberías existir!" El Amo del Bosque era terrible y poderoso, y la Sombra Sin Nombre escapó de allí, y no volvió a acercarse a los árboles.
Pero el tiempo pasaba, y la Sombra Sin Nombre estaba cada vez más confusa y perdida. Como tenía miedo de las rocas y de los árboles, quiso esconderse en las profundidades del mar, y le preguntó a un pez si podía ser su sombra. "No hay muchos peces que tengan sombra -dijo el pez-. Sólo aquellos que nadan en aguas poco profundas, donde puede llegar la luz de los soles. Pero ellos ya tienen todas sus sombras." La Sombra Sin Nombre fue a ver al Amo del Mar. Y el Amo del Mar se sorprendió mucho cuando la vio. "¡Ah, de modo que estás aquí!", dijo, y quiso encerrar a la Sombra en una prisión húmeda y oscura. La Sombra Sin Nombre, asustada, huyó de allí, y no volvió a acercarse al mar.
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