Una mujer y un hombre se vieron envueltos en un aparatoso accidente de tráfico. Los coches quedaron totalmente destrozados pero, sorprendentemente, ninguno de ellos resultó herido. Después de que salieran arrastrándose de sus respectivos vehículos, la mujer, que estaba muy bien, dijo:
— Eh, pero si eres un hombre, qué interesante... ¡Yo soy una mujer! ¡Mira nuestros coches! No queda nada, pero afortunadamente ninguno de nosotros está herido... Esto debe ser una señal divina de que debíamos encontrarnos, ser amigos y vivir juntos en paz durante el resto de nuestras vidas.
Carlos, que, como todos los hombres, piensa sólo con la minga, contestó:
— Coincido contigo totalmente... Esto debe ser una señal divina.
La mujer continuó:
— Y mira esto, hay otro milagro. Mi coche está completamente destrozado, pero esta botella de vino no se rompió. ¡Está intacta! Seguramente Dios quiere que bebamos este vino y celebremos nuestra buena suerte.
Entonces le tendió la botella a Carlos. Éste asintió con la cabeza en señal de aprobación, la abrió, y se bebió la mitad. A continuación se la tendió de vuelta a la mujer. Ésta cogió la botella e inmediatamente le puso otra vez el tapón y se la devolvió al hombre.
Sorprendido, él le preguntó:
— ¿No vas a beber para sellar el pacto?
— No, yo esperaré tranquilamente a que venga la policía.
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