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sábado, 16 de junio de 2018

Censura

— (...) Allí ardieron Poe y Lovecraft y Hawthorne y Ambrose Bierce, y todos los cuentos de miedo, de fantasía y de horror, y con ellos los cuentos del futuro. Implacablemente. Se dictó una ley. Oh, no era casi nada al principio. Mil novecientos cincuenta y mil novecientos sesenta. Primero censuraron las revistas de historietas, las novelas policiales, y por supuesto, las películas, siempre en nombre de algo distinto: las pasiones políticas, los prejuicios religiosos, los intereses profesionales. Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismos y de las sombras de ellos mismos.

— Ya.

— Tenían miedo de la palabra «política», que entre los elementos más reaccionarios acabó por ser sinónimo de comunismo, de modo que pronunciar esa palabra podía costarle a uno la vida. Y apretando un tornillo aquí y una tuerca allá, presionando, sacudiendo, tironeando, el arte y la literatura fueron muy pronto como una gran pasta de caramelo, retorcida y aplastada, sin consistencia y sin sabor. Poco después las cámaras cinematográficas se detuvieron, los teatros quedaron a oscuras, y de las imprentas que antes inundaban el mundo con un Niágara de material de lectura, brotó una materia inofensiva e insípida, como de un cuentagotas. (...)

Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury

domingo, 10 de junio de 2018

La verdad y la mentira

Dice una parábola judía que un día la Mentira y la Verdad se encontraron. La Mentira dijo a la Verdad:

— Buenos días, doña Verdad.

Y la Verdad fue a comprobar si realmente era un buen día. Miró hacia arriba, no vio nubes de lluvia, varios pájaros cantaban y viendo que realmente era un buen día, respondió a la Mentira:

— Buenos días, doña Mentira.

— Hace mucho calor hoy —dijo la Mentira.

Y la Verdad, viendo que la Mentira decía la verdad, se relajó. La Mentira entonces invitó a la Verdad a bañarse en el río. Se quitó la ropa, saltó al agua y dijo:

— Venga, doña Verdad, el agua está deliciosa.

Y una vez que la Verdad, sin dudar de la Mentira, se quitó la ropa y se metió en el agua, la Mentira salió del agua y se vistió con la ropa de la Verdad. A su vez, la Verdad se negó a vestirse con la ropa de la Mentira y, por no tener de qué avergonzarse, salió desnuda caminando por la calle.

 

Y, a los ojos de otras personas, era más fácil aceptar la Mentira vestida de Verdad, que la Verdad desnuda y cruda.