Siendo niño, el Rey tiene que pasar una noche solo en el bosque para demostrar su valor y poder convertirse en Rey. Y mientras pasa la noche solo, le sorprende una visión sagrada. En la hoguera se le aparece el Santo Grial, símbolo de la Gracia Divina del Todopoderoso, y una voz le dice al niño: "Tú custodiarás el Grial para que pueda curar los corazones de los hombres." Pero el muchacho quedó cegado por la visión más impresionante de una vida llena de poder, gloria y belleza. Y en instante de inmenso asombro, sintióse por un instante, no como un niño, sino invencible. Como Dios. Y se acercó a la hoguera para coger el Grial. Y el Grial desapareció, quedando su mano en el fuego, que le produjo grandes quemaduras.
A medida que el niño crecía, la herida se hacía más profunda. Hasta que un día, la vida perdió aliciente para él. Ya no tenía fe en los hombres, ni en sí mismo. No podía amar, ni ser amado. Estaba hastiado por sus experiencias. Y empezó a morirse.
Cierto día, un tonto penetró en el castillo y encontró solo al Rey. Y al ser tonto era un ingenuo, y no vió que era el Rey. Solo vió a un hombre a solas, lleno de dolor. Y le preguntó al Rey: "¿Qué te aflige, amigo?" Y el Rey le respondió: "Estoy sediento y necesito agua para refrescar mi garganta."
Y el tonto cogió una copa que había junto a su lecho, la llenó de agua y se la dió al Rey. Y cuando el Rey comenzó a beber se apercibió de que su herida estaba curada. Miró a sus manos y allí estaba el Santo Grial que había buscado durante toda su vida. Se volvió hacia el tonto y le dijo: "¿Cómo has encontrado tú lo que mis mejores y más valientes hombres no han podido?" Y el tonto respondió: "No lo sé, sólo sé que tú tenías sed."
de Terry Gilliam
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