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sábado, 5 de agosto de 2006

El desencajado, de Roger Zelazmy (1)

Jackson devolvio la mirada al general.
— ¡No quiero ponerme en posición de firmes, y puede usted irse al diablo! —dijo.
El general enarcó las cejas.
— ¿Qué es lo que pasa?
— Quiero salir de este gallinero.
— Ya le dije la semana pasada que he aprobado su traslado.
— No es eso lo que yo quiero decir.
— ¿Qué entonces?
— Yo no soy el coronel Jackson y usted no es el general Paine. Este puesto solo existe en mi mente, y deseo cambiar mi pensamiento.
El general suspiró.
— Está bien Jackson; es su prerrogativa. ¿Y qué será esta vez? ¿La Armada?
— Quiero dejar todo lo militar... actuar en lo civil, en algo agradable.
— Nómbrelo.

El doctor Jackson se quitó los guantes de goma y los tiró a una esquina. Miss Mayor, asombrosa a pesar de lo almidonada, fue por detrás al doctor y rodeó su pecho con sus maravillosos brazos, al par que oprimía su mejilla contra su cuello.
— Eres famoso ya, Jack. Cuarenta y cuatro operaciones del cerebro en un mes... todas ellas delicadas y complicadas, y todas ellas logradas... ¡Vaya marca que has establecido!
— ¡Está bien! ¡Está bien!
— ¿Qué pasa, Jackie? ¿Es que he hecho algo?
— ¡No!
— ¿Por qué gritas entonces? ¡Oh! Debería haberme dado cuenta de que estás cansado a más no poder. Después de una operación como esta última, cualquiera...
— ¡No estoy cansado!
— ¡Debes estarlo!
— ¿Cómo puedo estar cansado sin haber hecho nada?
— No te comprendo...
— ¡Al diablo si no!
— No me gusta, Jackie, que emplees palabras soeces.
— Entonces vete a esa esquina y conviértete en una mesa con un jarro de crisantemos encima.
— ¿Qué quieres decir?
Ella dió la vuelta en torno a él y le miró con fijeza en los ojos. Al punto se convirtió en la más encantadora y más deseable mujer de la creación.
— ¿Qué es lo que te ocurre, de todos modos? —preguntó ella.
Él se mordió el labio.
— Con un jarro de crisantemos —repitió.
— ¿Estás seguro? —suspiró ella.
Él asintió.

(---o---) continúa (---o---)

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